Las acepciones del Diccionario no aportan gran cosa: “Doctrina política de los partidos conservadores” o “Actitud conservadora en política, ideología, etc.”. Por eso hay que recurrir a la definición de conservador: “Dicho de una persona, de un partido, de un gobierno, etc.: Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales”. El conservadurismo está en general muy relacionado con otras dos ces. El continuismo: “Situación en la que el poder de un político, un régimen, un sistema, etc., se prolonga indefinidamente, sin indicios de cambio o renovación” y la costumbre: “Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto”. En este sentido se puede recordar la frase de Einstein “Si quieres obtener resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo”. Aunque construida para el ámbito científico sirve para otros aspectos de la sociedad y por desgracia en España su aplicación ha sido tradicionalmente muy reducida.
En el orden político cabe recordar la definición que de conservador hacía Juan Rico y Amat en su Diccionario de los políticos ya a mediados del siglo XIX, verdadera premonición de lo que ocurriría en el siglo y medio siguiente en España, salvo los períodos del Sexenio Revolucionario y la Segunda República. En su época, el adjetivo se aplicaba al partido Moderado “por su habilidad para conservar lo que una vez adquiere”. Esa cualidad le había hecho controlar el “mando” en España contra viento y marea, de una u otra forma, y, además, estaba dispuesto a conservarlo durante mucho tiempo más. De hecho, la historia de España contemporánea, en cuanto al control del poder se refiere, ha sido la de presencia casi continua de opciones conservadoras o ultraconservadoras.
Esa presencia agobiante del conservadurismo político, con matices que van desde la moderación hasta la reacción, ha llevado a la consolidación de un conservadurismo social, apoyo frecuente a la explotación de las clases populares. Algunos comentarios de prensa, de los muchos que es posible recordar, pueden ayudar a mostrar esa realidad. Un artículo de Alfredo Calderón, titulado “El hambre” y publicado en Don Quijote (Madrid, 25.3.1898), cuando el problema de las subsistencia estaba en su apogeo, es claro: “El pan caro es el ideal de los grandes terratenientes y de los traficantes en trigo, dos clases estimabilísimas, nervio y cimiento del conservadurismo social. Figuran en la primera los latifundiarios que, á beneficio de la usura y al amparo de la rapacidad fiscal, se van haciendo dueños del suelo, adquiriendo por una friolera las tierras que ponen en almoneda la quiebra de la pequeña propiedad. Compónese la segunda de estimables industriales que medran con la miseria pública y engordan con el hambre ajena”.
Otro, titulado “Puntos de vista” y extraído del semanario madrileño España (13.11.1919), fundado y dirigido por José Ortega y Gasset, trataba de la aprobación, por primera vez en seis años durante la crisis de la Restauración, de los presupuestos del Estado y cómo después el político responsable de un gobierno de concentración conservadora dejaría el poder. Y en ese momento se mostraba la opinión negativa sobre los responsables políticos del conservadurismo español: “Después abandonará Sánchez de Toca el Poder, dejando el recuerdo de una política de tolerancia gubernamental y de una inteligencia rara de encontrar en los cerriles e ignorantes cabecillas del conservadurismo español”. También en el semanario de Ortega se vertía una opinión muy dura con el conservadurismo (España, Madrid, 25.2.1922). Se llegaba a afirmar que el conservadurismo, y sobre todo el español, no se podía decir que fuera una idea sino un conjunto de instintos e intereses elementales. Demasiado frecuente esa práctica, por otra parte, en nuestra Historia. O sea, podemos afirmar, al realizar un acercamiento a la evolución histórica de la derecha española durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, que ha tenido incapacidad para asumir un régimen democrático y ha configurado partidos que históricamente han sido en la realidad agrupaciones de intereses de notables, de poderosos y de caudillos locales.
Antonio Machado habla en su poema “El mañana efímero” (Campos de Castilla, 1912) de la España de charanga y pandereta, del vano ayer que engendra un mañana vacío, del pasado… y lo reconoce como macizo de la raza. A comienzos de los sesenta del siglo pasado Dionisio Ridruejo retoma la expresión macizo de la raza en su obra Escrito en España (Buenos Aires, 1962), que identifica con apoliticismo, apego a lo tradicional, temor al cambio, confianza en las autoridades fuertes y creencia a pie juntillas en el orden público y la estabilidad.
El conservadurismo político se corresponde también, por tanto, con un conservadurismo social, que tiene que ver con la evolución histórica en España en los últimos cinco siglos, caracterizada por el monolitismo religioso, el miedo y, en resumen, por el tremendo control social de la Iglesia. Es lo que muchas veces se identifica con las “ideas de orden”, con la tradición y con los privilegios. En esa situación se generalizó una mentalidad que veía el cambio como anatema y el progresismo como verdadero pecado.
En fin, puede afirmarse que en buena parte de España han gobernado siempre estos sectores conservadores, es decir, las derechas, formadas por el conservadurismo de raíz liberal, el liberalismo conservador y el tradicionalismo reaccionario. Antonio Rivera y Santiago de Pablo, profesores de la Universidad del País Vasco, han estudiado el caso de Álava, donde han mandado casi siempre: “Con procedimientos de gobierno restringido, falseado, autoritario, disputado, dictatorial o finalmente competitivo y democrático, unas pocas familias (los Verástegui, Velasco, Varona, Ortiz de Zárate, Urquijo, Guinea, Abreu, Elío, Ajuria, Oriol, Echave-Sustaeta, Viana, Aresti, Rabanera, Aranegui…) han regido sus destinos y controlado sus instituciones”.
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