Carpetovetónico

La primera acepción de la RAE (Real Academia Española) define carpetovetónico o carpetovetónica como lo “Perteneciente o relativo a los carpetanos y vetones”. El término definiría a una sociedad en la que la corrupción tiene tradicionalmente capital importancia, acompañada, curiosamente, por toda una serie de conceptos políticos que comienzan por la letra ce. Se refiere, en segunda acepción del Diccionario de la RAE y en sentido despectivo, a ideas, costumbres, fórmulas, acciones… tenidas por españolas y que sirven de bandera frente a todo tipo de influjo foráneo. Es lo “genuinamente español”. Esa sociedad carpetovetónica entroncaría con otra ce, el casticismo, como actitud de quienes al hablar o escribir evitan los extranjerismos y prefieren el empleo de voces y giros de su propia lengua, aunque estén en desuso. Acción que se extendería a otros muchos terrenos sociales.

Se podría resumir en la actitud de los que defienden a ultranza lo “suyo” y rechazan con desprecio, incluso virulencia, todo lo que llega de fuera. Y la Revolución francesa y su influjo, con la triada Libertad, Igualdad y Fraternidad, sería como la bicha, el diablo extranjero, para los seguidores de esa sociedad. Se puede recordar en ese sentido, según recogía Gonzalo Redondo, la frase de Leopoldo Eijo y Garay, obispo de la diócesis de Madrid, el 1 de abril de 1939, al decir que había llegado “la hora de la liquidación de cuentas de la humanidad con la filosofía política de la Revolución Francesa”. En todo el mundo y, desde luego, en España.

Lo mismo ocurre con la consideración que esos sectores tienen todavía de los nuevos movimiento artísticos, tan contrarios a la “verdadera” tradición figurativa española, cuyos partidarios, que bebían de influencias extranjeras, igual pintaban una manzana cuadrada que representaban un rostro con un ojo, según escribían algunos críticos artísticos en la prensa de principios del XX.

Los que critican esa España tradicional son acusados frecuentemente de renegar de todo lo castizo, de todo lo genuinamente español, que se puso en peligro por las tropas de Napoleón a principios del XIX cuando trajeron a la Península las ideas revolucionarias. Pero el peligro se conjuró rápidamente y Fernando VII, Fernando de Borbón y Borbón Parma, también denominado el rey felón por la historiografía liberal, se encargó de volver las cosas a su “sitio”, acompañado del grito “Vivan las cadenas”. Aun así, hubo escritores que afirmaban a finales del XIX que como resultado de esas ideas las tradiciones nacionales se enviaron al museo Arqueológico y apenas quedó entre lo genuinamente español más que las corridas de toros.

No suele importar a los que defienden a ultranza lo suyo y rechazan lo que viene de fuera la visión que se dibuja muchas veces de España y los españoles desde el exterior. Ángel Ganivet desgranaba en sus Cartas finlandesas la idea que había a finales del XIX en Finlandia, que se corresponde con la fotografía que todavía hoy se puede observar en muchas partes. Los españoles entonces eran considerados muy valientes pero al mismo tiempo muy duros de corazón y semi-bárbartos o semi-primitivos. A las primeras de cambio, escribía Ganivet, salía a relucir el catolicismo como signo de atraso intelectual y las corridas de toros como signo de barbarie. El escritor terminó suicidándose en Riga al lanzarse al río Dvina.

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